miércoles, 10 de octubre de 2012

"Requiem para el canto paisano" -por Alejandro Reyes.

Asistimos azorados a la más profunda debacle cultural de todos los tiempos.



Podemos ir diciéndole adiós a la cultura de nuestros pueblos desde el ámbito de las plataformas y escenarios públicos. Nuestro más fecundo acervo y nuestras más arraigadas tradiciones  se van por el retrete de la confusión y la ignorancia impuestas a fuerza de vaciamiento intelectual y cultural en  nuestra gente. Las grandes producciones se han apropiado de todas las plataformas populares del canto y de la música y han impuesto “la cultura mercantil e  insustancial del entretenimiento”. A los escenarios del pueblo, ya escasamente suben cantores y músicos populares. En cambio, se propicia el advenimiento de agitadores y “bailanteros”, en todo caso,  divertidores baratos de las masas. Lo que otrora fue desde la canción popular con fundamento (no importa su género), el alimento espiritual del pueblo, hoy, proyectando la cultura de la globalización, el consumo y la mercancía descartable,  no hay ningún alimento espiritual, sino mas bien comida chatarra. 



Nuestro país (Uruguay), una pequeña nación estimada en  territorio y población, que alguna vez se destacó por su grandeza cultural, por ser capaz de  parir imperecederas celebridades  en las letras y en las artes, ni siquiera puede recordarse a si misma, la memoria de un pueblo está siendo borrada de un plumazo.

Enormes sumas de dinero se gastan del erario público, usando las plataformas públicas, auspiciadas por patrocinadores públicos (ANTEL, UTE, etc.) en contratar artistas extranjeros que seguramente no vienen gratis a nuestros escenarios, sino que cobran sustanciosos caché, mientras nos damos el lujo de que muchos de nuestros más señeros cantores, autores y poetas populares de todos los tiempos desaparezcan en el olvido, a veces mendigando una pensión graciable del estado para poder terminar sus días en una casa de ancianos u hospitales públicos (Aníbal Sampayo, Marcos Velázquez etc.). Otros artistas nacionales, que otrora lucharon por una cultura popular verdadera, promovieron y reclamaron espacios,  y defendieron con su canto y activismo ideales muy diferentes a los que ahora,  haciéndose los distraídos,  nos meten a base de publicidad mediática, hoy callan inexplicable e inexorablemente. A muchos de ellos se los ve bien prendidos a la teta de  ésta vaca del entretenimiento barato que  se alimenta  en las praderas de la patria, pero que solo la ordeñan unos pocos. 


Algunos de estos “trovadores” que se agenciaron la fama otorgada por un pueblo que en esos tiempos también luchaba por un cultura digna, ayer recogían el aplauso popular haciendo la “V” de la victoria con los dedos de la  zurda,  y hoy,  subidos al caballo del “hazte fama y échate a dormir”, convertidos en mitos populares, siguen haciendo la “V” con la zurda pero cobran con la derecha, y en dólares si es posible, que es la librea moneda extranjerizante de aquel imperio que tanta repulsión les causaba en otros tiempos gloriosos de denuncia social. 






Por otro lado nos regodeamos con las grandes mentiras de algunos de lo que están al frente de “la cultura nacional”, cuando invocan a la unidad de La Patria Grande. Lo cierto es que,  ni patria,  ni grande. Un hermoso doble discurso donde se promueve este slogan haciendo todo al revés. Lo que menos importa es rescatar y promover la identidad profunda de América Latina. No hay espacio para la diversidad de esa inmensa riqueza continental. No hay escenarios ni plataformas para figuras menos grandilocuentes intentando mostrar las nuevas generaciones de raíz folclórica del continente. La mira está puesta en las grandes convocatorias, porque un buen cantor argentino, chileno o paraguayo,  aunque sea notable y talentoso, si es desconocido en los grandes medios,  no produce réditos políticos ni económicos, entonces hay que contratar a los taquilleros, a los que están instaurados en los grandes círculos propagandísticos de la TV y los grandes medios de comunicación, los que venden muchos discos, son tapas de revistas etc., ya sean mitos de una época gloriosa o estrellas fugaces buco-dentales de hoy. Esos sí tienen espacios y contratos, porque tienen poder de convocatoria, y eso es lo que al fin importa, porque  se traduce en réditos de marketing, publicidad, y mucha venta de chorizos y cerveza a la hora de los grandes festivales. Y ya sabemos que cuando decimos venta y mercancía sonríen los mercaderes (patrocinadores, auspiciantes, empresarios, políticos etc.), que al final son los que sostienen los pilares de la decadente civilización actual. Los mismos que Jesús echó del templo a patadas.
Ya ves, por eso mismo ni se te ocurra pensar que puede haber un interés en proteger la cultura de nuestros pueblos, por aquellos en quienes ha recaído por mandato popular esa función, y por ejemplo, que alguno de estos “mega-productores privados” y muchas veces asociados con el estado, se les puede pasar por la cabeza contratar artistas que hagan  pensar y emocionar desde la autenticidad,  apelando al sentimiento y a la cotidianeidad del pueblo, sus sufrimientos y sus alegrías. Se trata de que cuanto menos piense el pueblo, mejor. Aquí lo que se necesita es mucho ruido, gran profusión de electrónica, monstruosos escenarios con intensos despliegues de lumínicos y humo, para idiotizar cuanto más se pueda a esa masa de consumidores de chorizos, hamburguesas, comidas y  bebidas enlatadas. De este modo los escenarios populares otrora fundados para enaltecer a la cultura nacional y latinoamericana con muestras y expresiones  de sus artistas talentosos y dignos, hoy se han llenado de mediocres agitadores. Todo esto da mucha lástima.





Muchos de los artistas jóvenes y no tan jóvenes  que actualmente  dicen arrimarse al canto popular y de extracción folclórica, no tienen ni idea de lo que es realmente el verdadero canto popular y/o folclórico. En  muchas de esas  cabecitas y  en muchos de esos oídos no hay neuronas de reacción ni de emoción ante un obra nativa autentica, o una canción de genuina proyección folclórica. (Para un paladar al que le han destruido las papilas gustativas da lo mismo una vistosa carniza que el mejor  asado de exportación). Se soslaya totalmente la poesía y los poetas de la tierra. Se habla de evolución musical, de “aggiornamientos”, de fusiones y renovaciones, pero se ignora totalmente la raíz y se escarda con uñas de acero el tejido ancestral que costó centurias de elaboración en el tramado de las sagradas culturas continentales de nuestros pueblos.   Una canción ya  no vale por su contenido ni por su calidad, ni por su autenticidad, ni por su hondura en el tiempo, ni por su vínculo genuino con el hombre y la tierra; vale por que tenga “gancho”, apelando a que la gente pueda ser capaz de recordar y repetir un estribillo estúpido,  y cantarlo automáticamente aunque sea la primera vez que lo escuche,  y en lo posible,  que cuando sientan esa canción, les vengan ganas de bailar, moverse, tirarse al suelo,  o ir al baño… no importa, lo que sea mientras que no la haga identificarse con sentimientos humanos genuinos, con el medio y la problemática en el que vive,  y sobre todo,  que no la haga pensar, que eso es lo peor. El repertorio elegido en la mayoría de los casos, es para romper oídos, y en vez de apuntar al cerebro y a la sensibilidad cotidiana (que se encuentra en la capacidad del artista de traducir al pueblo, su verdad y tradiciones) apunta a las caderas para que la gente se zarandeé,  bata palmas y en todo caso grite y se revuelque. Ya no se sube un cantor a un escenario, se sube un agitador, que de repente aparece detrás de bambalinas dando saltos de acróbata o empuñando una guitarra como si fuera una ametralladora y,   antes de decir: “buenas noches estimado público presente” o algo por el estilo, podemos escuchar: “¡A ver las palmas!, ¡a ver esas palmitas...!”  La cosa es evitar por todos los medios que le vaya a fallar el cometido inequívoco para el cual se ha subido a las tablas, que por cierto no es la intención de hacer arte, sino de agitar y enfervorizar a los asistentes. Ahí radica para muchos el éxito o el fracaso de su actuación. Y lamentablemente para los organizadores y propiciadores de estos espectáculos (despropósitos)  que son el vademécum de la mediocridad - vendedores de política y publicidad- también radica el éxito o el fracaso de los eventos populares de hoy en día. 



Los bastiones del arte popular nacional que costó décadas de sacrificio levantar y donde muchos paladines gastaron sus mejores años, cayeron en poco tiempo como cayó el templo de Jerusalén, no queda piedra sobre piedra. Grandes festivales donde la “Tierra y el Hombre” eran expresados a través de sus auténticos cantores, músicos y poetas populares, son hoy una bolsa de gatos y perros, donde no se sabe quien ladra y quien maúlla, y todos se arañan y muerden por cinco minutos de éxito y de fama, mientras los buitres paladean las ganancias. 
En tanto asistimos en los escenarios públicos y populares  a la fastuosidad y despliegue de efectos especiales de éstas “frívolas y mediocres mariposas”  que  le dan rienda suelta a la bisutería de las artes, afuera,  “los pájaros de nuestro cielo”,  desplumados y sin árboles donde cantar y hacer su nido,   intentan un último vuelo rumbo al exilio del olvido.

 

3 comentarios:

  1. Brillante comentario !!!. Soy argentino, pero sufrimos lo mismo. Hay una decadencia educativa-cultural que espanta. La gran mayoría de nuestros cantores populares jóvenes -que son los contratados para los grandes escenarios- nos "tiran" con música para batir palmas, y con letras burdas y hasta guarangas que atropellan la verdadera poesía que nos supieron entregar los grandes maestros del folklore.
    Dejo en claro que no soy ningún nostalgioso por la nostalgia misma.
    Felicitaciones.
    Jaun Izaguirre
    Villaguay
    Entre Ríos

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  2. En Chile no estamos ajenos a los "mega eventos",la farándula, el olvido y los "famosos de la tele", la falta de espacios para mostrar lo que queda de nuestra música y la pena de tener cada día mas Pueblo vacío de cabeza por la basura que muestran los medios de comunicación a diario.

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  3. Concuerdo con Juan Izaguirre, realmente brillante comentario.

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